Cómo podría yo relajarlo, siendo que soy las olas de la tempestad, y él la brisa matutina de una primavera feliz.
Puedo sostenerte entre mis manos y esperar que la respiración colapse en la eternidad. ¿Te acordás de aquella vez que viajamos a tu eternidad durante un sueño compartido? Temo que si te invito a la mía te desbordes más de lo que puedas soportar.
Pero en esa ocasión cuando nos despertamos, no encontré sus ojos en los míos.
Se me partió el corazón, y la tempestad comenzó.
No fui justa con vos. Me pediste compasión, y sólo te compartí mi dolor.
Él también disfrutaba de mi sufrir, lo mantenía alegre y vivaz el verme allí tendida a sus pies. La tempestad también suplica por piedad.
Puedo ofrecer arrullarte hasta que te duermas, eso sí lo sé hacer. Puedo intentar alejar a los fantasmas de tus pesadillas. Puedo hasta pintar el cielo de tus sueños con mis dedos para que brille de verdad.
Los que conocemos la oscuridad sabemos fingir muy bien la calma que imparte la brisa matutina de alguna primavera que pretende ser feliz.