martes, 1 de febrero de 2011

Tiempo de espera

Marcaban las 12 en el reloj, y yo seguía esperándolo. Viendo por la ventana como caían las hojas secas del otoño sin remedio ni preescripción. El tic tac del reloj es agobiante durante las esperas... siempre lo es. El sólo pensar en su figura, en su pelo oscuro, en sus inmensos ojos aterciopelados como la noche me hacía sentir como mi pecho se vaciaba, como lo extrañaba irremediablemente.
Mi respiración, agitada y entrecortada, se quebraba y empañaba el vidrio de la ventana que daba al patio de mi casa. Hasta el viento invernal que se oía avecinar me recordaba a él; a su cara; a sus pesados pies. Me encontraba paralizada en esa posición, sin ánimos, sin valor para moverme de aquel rincón, para voltear mi cabeza y descubrir, muy a mi pesar, que las horas, los días aún transcurrían.
Si la espera pudiese congelarse, así lo hubiera deseado. Así se lo hubiera suplicado al mismo Chronos. De ese modo podría haberme conformado con la idea de que él aparecería en el siguiente tac que marcara el reloj colgado en la pared. Una eterna espera del devenir del tiempo muerto, eso hubiese preferido a tener que escuchar esa horrorosa, monótona melodía otro segundo más. Tic-Tac, tic-tac.
Tal vez el crujir de los pasos de botas de caña alta de viajeros sin rumbo que se encontraban pasando por al lado de la puerta de mi casa traerían noticias suyas. Tal vez hasta sería él. Los recuerdos que de él me quedaban no podría decirse que son su imágen más que la de cualquier otro. La mente confunde y mezcla recuerdos con fantasías, sueños con pensamientos, realidades con mentiras.
Marcaban las 12 en el reloj, y yo seguía esperándolo. Viendo por la ventana como los primeros gajos de la temporada se empapaban con la tormenta primaveral sin remedio ni preescripción.

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